‘El Niño’ es un fenómeno climático que se traduce en un calentamiento anómalo de la región ecuatorial del océano Pacífico. Se manifiesta de forma cíclica cada tres a cinco años, aproximadamente. Junto a la ‘Oscilación del Sur’, se trata de uno de los principales modos de variabilidad climática. Aunque sus consecuencias se reflejan a escala prácticamente global, su impacto sobre los bosques tropicales y en especial sobre la Amazonía adquiere un singular interés, ya que este ecosistema es considerado como uno de los principales sumideros de carbono del planeta.
En algunos casos, como en los eventos de 1982/83 y especialmente de 1997/98, su magnitud fue extraordinariamente intensa (Mega-Niños). En 2014 saltaron todas las alarmas por la posibilidad de un inminente episodio El Niño intenso, similar al de 1997/98, aunque finalmente no se dieron las condiciones necesarias para que esto ocurriera. Sin embargo, en 2015, las condiciones se reactivaron dando lugar al fenómeno extremo de 2015/16, de efecto mayor que los anteriores.
El estudio publicado en Scientific Reports muestra cómo, en este último caso, el fenómeno se asocia a un calentamiento sin precedentes de los bosques amazónicos, que alcanzaron la mayor temperatura de las cuatro últimas décadas y probablemente del último siglo, así como a una mayor extensión de sequía extrema. El estudio también señala cambios en la distribución espacial de las zonas de sequía, con condiciones más húmedas de lo normal en la región del suroeste de la Amazonía y condiciones extremadamente secas en el noroeste, algo que ya ocurrió en 2009/2010 aunque con menor intensidad.
Según los científicos, este hecho, no observado en los episodios de 1982/83 y 1997/98, explica que a mayor calentamiento en la zona central del Pacífico ecuatorial–cuando el fenómeno se conoce como ‘Niño Modoki– se produce una distribución distinta y bien diferenciada entre las zonas húmedas de los bosques amazónicos y las zonas de extrema sequía.
Algunos estudios asocian el escenario actual de cambio climático a una mayor frecuencia de este tipo de fenómenos, si bien no existe aún un consenso claro entre los científicos. El mayor impacto de estas condiciones de sequía extrema sobre los bosques tropicales se produce a causa de una disminución en la asimilación del CO2 atmosférico, así como de una mayor probabilidad de incendios y la consiguiente pérdida de biomasa.
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